Volver al Golfo de Tribugá

V

Tres meses después sigo mirando fijo a las montañas humeantes del Pacífico. Uno puede estar en muchos sitios y pensar que en ellos puede o debe acabar sus días, y volver a casa y continuar como si nunca hubiese pensado tal cosa. Pero también puede usted ir al Pacífico Colombiano, al Golfo de Tribugá exactamente, y volver creyendo, con convicción firme, que es el mejor lugar del planeta.

A ese Golfo vuelvo casi a diario, a desentrañar la sensación que producen sus montañas cada mañana, que poco a poco parecen salir de un sueño ancestral y que, a medida que se desperezan, despiertan a las ballenas que dormitan en sus laderas. Porque sí, aquí hay ballenas, muchas yubartas que vuelven cada año, en busca de este sitio recóndito,  de aguas cálidas como un útero,  a aparearse o a parir,  para no extinguirse. Las nubecillas bajas enganchadas a la maraña verde suponen ser también, en un antojo de fantasía mía, las exhalaciones de estos dinosaurios del mar que de tanta presión se extienden hasta el cielo.  Un paisaje que está puesto allí y que resulta tan absurdamente bonito, que para buscar una explicación, uno cree inventarse los hechos.

Montañas humeantes en la selva del Golfgo de Tribugá, Chocó, Colombia. Septiembre de 2016

Aguas verdes infinitas, morros inexplicables salpicados de selva, arena mullida y tibia que se hunde despacito al andar… si usted está en el Golfo de Tribugá no valen de nada los datos que le confirmarán estar en uno de los lugares más lluviosos del planeta, en uno de los más biodiversos, frente al océano más grande. Son adjetivos enormes y parecen que dicen mucho, pero si usted no tiene los poros dispuestos o usted es un citadino torpe y miope, no le harán sentir nada.

Aquí la selva se le mete a uno dentro,  mucho más adentro que los huesos. Y el mar lo alborota a uno fuera, allí mismo entre la piel y el universo. Y en ese vaivén es mejor tomar suficiente aire antes de zambullirse: el Pacífico es revolucionario. El agua cae y brota, los rayos de sol son esquivos pero implacables, las playas solitarias e infinitas; los rincones de selva chocan contra el mar y le invaden sin piedad, la comida que ofrece ese océano fértil es lujuriosa, las sonrisas de su gente negra de músculos perfectos son blancas y sinceras, los ríos y quebradas abundantes, hay cascadas por doquier con nombres sencillos como la Cascada del Amor, los delfines saltan a lo lejos, las ballenas se dejan ver tan cerca que parecen una ilusión óptica (con 18 metros y 40 toneladas son cuerpos que albergan mucha existencia como para no sentirles cerca), las tortugas anidan por aquí, los baños en el mar se dan a una temperatura de vientre mientras cae la tarde; las boas, los monos y los guacamayos madrugan casi todos los días, el silencio viene siempre después y estremece del día; y la algarabía de la noche, a la que se unen la tormenta, las olas agitadas y el resto de animales que  no se ven, invitan a conciliar un sueño profundo y reparador… Usted ya está perdido.

Pero piénselo bien, y vuelva a leer el párrafo anterior, o busque más fotos si no cree. Y  puede que le pase como a mí. Y entonces, aún sin ir (usted),  quiera volver, al centro de esta vida que borbotea sin parar. Yo opto por invocar mis recuerdos y cerrar los ojos mientras vuelvo de verdad, porque tengo metida la impresión en el cuerpo de que en el Golfo de Tribugá, hace millones de años, empezó todo… y que es en ese lugar donde todo debe acabar.

Parque Nacional Natural Ensenada de Utría. Golfo de Tribugá, Chocó, Colombia. Septiembre de 2016

 

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Carolina

Soy Carolina González González. Soy colombiana y vivo en España. Estudié Comunicación Social y Periodismo y Marketing. He trabajado durante muchísimos años en Marketing y Comunicación empresarial. Sin embargo, nunca he dejado de escribir; hay algo dentro de mí que me anima a escribir todo tal y como lo veo y, sobre todo, tal y como lo siento. Comulgo con que hacemos parte de la sociedad del cansancio. Y precisamente, para hacerle un poco el quite a ese cansancio, quiero seguir escribiendo.

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